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Yo quiero el CARNET!


22 de junio de 2009

Hay amores que nunca descansan PARTE I

A M. la conocí en el año 98, chonguitas jóvenes y en pareja (con otras, obvio!), nos prendimos fuego casi instantáneamente.
Trabajábamos bajo la órbita de mi chica de aquel entonces, que no se decidía del todo a ser mi chica y que hoy es madre y está felizmente casada con un buen muchacho que la quiere mucho.
Curiosamente, también ha retornado al rebaño heterosexual y también es madre, la chica que M. abandonó cuando nos enamoramos.
Porque nos enamoramos: con ese amor que arrasa, que revuelve las tripas y la mente. Y fuimos amantes durante algunos meses. Y su casa en uno de los más pintorescos de los cien barrios porteños fue nuestro escenario, con su cama de bronce inolvidable y su cuarto de baño en donde M. se pasaba una maquinita de afeitar de su cuñado para raparse una parte de la peluca, sosteniendo su look un poco punk y un poco post moderno que a mi me deslumbraba.
Porque yo, venida de la provincia, estaba deslumbrada por ella y Buenos Aires. Y M. me llevaba de la mano, corriendo por los pasillos de los subterráneos para viajar en el primer vagón; o me mostraba el tigre entre besos húmedos de novias culposas; o me dejaba mirarla en la sala de ensayo, haciendo música con sus amigas tortas que me daban un poquitín de miedo, la verdad...
Ella quería que la eligiera y yo no me animaba a separarme. Y no me animé nunca.
Y una noche llegué hasta su casa, su cuarto con un cactus de escenografía, su cama y su abrazo incendiario para decirle que lo nuestro terminaba.
Hicimos el amor y lloramos, en ese orden y desordenadamente. Toda la noche. Y cuando amaneció me fui y nunca, nunca, volví a probar sus labios.




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¿María Elena Walsh ES CHONGO? (pregunta sugerida por una lectora)